«Danos siempre de este pan.» (Jn 6,34)
"Como primer signo de amor, Jesús nos ha dado su carne como comida, su sangre como bebida. Es una cosa inaudita que exige de nosotros admiración y estupor. Lo propio del amor es dar siempre y recibir siempre. Ahora bien, el amor de Jesús es a la vez pródigo y ávido. Todo lo que tiene, todo lo que es, lo da. Todo lo que tenemos, todo lo que somos, él lo asume.
Tiene un hambre infinita... Cuanto más nuestro amor le deja actuar, más ampliamente gustaremos de él. Tiene un hambre inmensa, insaciable. Sabe bien que somos pobres, pero no lo tiene en cuenta. Se hace pan él mismo dentro de nosotros, haciendo desaparecer primero, por su amor, vicios, faltas y pecados.
Luego, cuando nos ve
purificados, llega, ávido, para asumir nuestra vida y cambiarla en la suya, la
nuestra llena de pecados, la suya llena de gracia y de gloria, preparada para
nosotros, con tal de que renunciemos...Todos los que aman, me comprenderán. Nos
da a experimentar un hambre y una sed eternas.
A esta hambre, a esta
sed nos da en alimento su cuerpo y su sangre. Cuando los recibimos con devoción
interior, su sangre llena de calor y de gloria corre desde Dios hasta nuestras
venas. El fuego prende en el fondo de nosotros y el gusto espiritual nos
penetra el alma y el cuerpo, el gusto y el deseo. Nos hace semejantes a sus
virtudes: él vive en nosotros y nosotros en
él."
Beato Juan
van Ruysbroeck, Abad