
3º Domingo de Pascua -
Evangelio: Juan 21,1-19
Solo la presencia de Jesús da sentido a nuestra vida de discípulos, a nuestra misión de anunciadores del Evangelio.
Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Esta pregunta que hace Jesús a Simón nos la hace a cada uno de nosotros: ¿Me quieres?, ¿me quieres? El Amor quiere ser amado. El amor a Jesús es lo que da valor a nuestra vida cristiana, a nuestra oración.
Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Apacienta mis ovejas.
En el encuentro con Jesús, Él siempre nos invita a acompañar y cuidar a los demás. Solo en Jesús, en la escucha de su Palabra, se alimenta nuestra fuerza evangelizadora. Apacienta mis ovejas.

Imagino que el desayuno que Jesús cocinó para ellos no sólo alimentó sus cuerpos, sino también sus corazones. Jesús no se anda con rodeos y se dirige directamente al corazón: Pedro, ¿me amas? Podemos casi sentir, casi tocar este momento tan emotivo para los discípulos, sobre todo para Pedro. Por miedo, Pedro tres veces lo negó cuando le acusaron de ser un seguidor de Jesús.
Y ahora, tres veces le responde a Jesús: ¡Sí te amo, tu sabes lo mucho que te amo! Jesús sólo le pide hacer una cosa: alimentar a los demás. Así como Jesús alimenta sus corazones, así también le pide a Pedro alimentar el cuerpo y el corazón de los demás; y en esta petición incluye a todos sus discípulos.

En lugar de llevarnos a un espacio angelical y espiritual, la resurrección se inscribe directamente en el cuerpo y en el corazón. No hay que buscar más allá, puesto que la fuerza del amor del resucitado está muy cerca de nosotros, es tan íntimo que abre un espacio en el corazón.
Jesús no anda con rodeos, alimenta directamente al corazón: directamente del corazón de Dios al corazón humano. Así como Jesús alimenta nuestros corazones, así también el discipulado consiste en alimentar a quienes sufren de hambre del cuerpo y del corazón.

ALBINA MORENO