
Domingo 25 de Septiembre: Evangelio Lucas 16,19-31
Los Epulones actuales. La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro no es cosa del pasado, es de lo más actual, sólo que multiplicados los Lázaros por millones y en situación más hiriente y escandalosa.
Este amor preferencial... no puede dejar de abarcar las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor, no se puede olvidar la existencia de esta realidad. Ignorarlo significaría parecemos al rico Epulón, que fingía no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta.

En castellano lo asociamos con aquél que come y bebe mucho. Pero en realidad, el rico en la parábola no tiene nombre, el pobre sí: Lázaro.
Quizá es una forma de manifestar que el más importante no es siempre el que se piensa, pues Dios hace una opción por aquél que lo está pasando mal. El rico no se daba cuenta del sufrimiento de Lázaro aquí abajo.
Sin embargo, lo reconoce en la estancia de los muertos.

El grito de los que están fuera apenas se escucha. Los que están fuera gritan cada vez menos, porque no tienen ya fuerzas, y mueren por miles cada día a causa del hambre y la miseria.
Tendemos a poner, entre nosotros y los pobres, un doble cristal. El efecto del doble cristal, hoy tan aprovechado, es que impide el paso del frío y del ruido, diluye todo, hace llegar todo amortiguado, atenuado.
Y de hecho vemos a los pobres moverse, agitarse, gritar tras la pantalla de la televisión, en las páginas de los periódicos y de las revistas misioneras, pero su grito nos llega como de muy lejos. No llega al corazón, o llega ahí sólo por un momento.

Existe un destino que se prepara aquí y se define en la eternidad.
En la parábola se lo describe en dos situaciones contrapuestas: la del rico, que ha dispuesto de sus cuantiosos bienes para su exclusivo provecho personal y la de Lázaro disfrutando del precio de su paciencia dolorosa y de su virtud vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. (Lucas 16, 23) Aquí los santos pueden ir en auxilio de los pecadores, mediante el testimonio, la oración y el consejo oportuno, no ya cuando el tiempo haya concluido.

La tranquilidad de conciencia, quizás justificada con cuatro rezos y limosnas, puede esconder nuestro corazón. ¿Y acaso se puede vivir y orar sin corazón? Si no amamos a los pobres no tenemos nombre, no sabemos quiénes somos, no podemos orar, Dios no nos conoce. Cuando miramos a los pobres, comienza la vida verdadera, comienza la oración, hay cielo en la tierra.
