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DE LA FE Y DE LA PRÁCTICA EUCARÍSTICA
DEPENDE HOY EL FUTURO DE LA IGLESIA
La Eucaristía y la Santa Comunión no son una cosa, ni siquiera la más santa, sino una Persona: el mismo Jesucristo. Mientras que la adorable Persona de Cristo, escondida bajo las humildes especies sacramentales, sea tratada de una manera tan banal, indelicada y superficial al día de hoy, en la Iglesia no podrá producirse un verdadero progreso espiritual.
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Si el corazón de la vida de la Iglesia es la Eucaristía,
cuando la forma de tratarla de vuelve manifiestamente defectuosa, el corazón
mismo de la Iglesia se debilita. Y cuando el corazón está débil, todas las
acciones del cuerpo se tornan menos eficaces. Si no nos tomamos en
serio la exigencia de la fe eucarística, es decir, la disposición del alma en
estado de gracia y la manera altamente sacra de tratar a Nuestro Salvador y
Señor en el momento de la Santa Comunión, continuaremos viviendo en una
situación a la que se aplican estas palabras de Dios: Si Dios no construye la
casa, en vano trabajan los constructores (Sal 127,1).
Ciertamente que existen cuestiones muy importantes en la vida de la Iglesia contemporánea: la transmisión, en toda su pureza, de la fe católica respeto a las verdades centrales del dogma y de la moral por medio de la catequesis y del testimonio público, la urgencia por defender la vida humana (contra la plaga del aborto), la familia (contra el divorcio, el concubinato, la poligamia), la necesidad de redescubrir el sentido natural de la sexualidad humana (contra la ideología neo marxista de género).
Monseñor Atanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana, en Kazakhstan