Evangelio: Juan 20,19-31
Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
Es Jesús resucitado quien toma la iniciativa. Tiene la vida en plenitud y la quiere dar. Todo es gracia. Se presenta en medio de nosotros y nos da la paz.
Jesús mana dentro de nosotros como un manantial inagotable.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
La oración es abrirse al gozo de ver al Señor, de mirarlo resucitado dentro de nosotros. Creer en Él es crear el espacio para acoger su presencia. Ante Jesús pierden fuerza las desesperanzas y tristezas, nuestros vacíos se colman de sentido.
Si no veo , no lo creo.
Todos caminamos con incertidumbres y dudas. Cuando la comunidad se reúne para celebrar a Jesús resucitado; animada por el Espíritu, es un espacio de acompañamiento y cuidado mutuo de la fe. Uno de los discípulos no está con todos, se ha distanciado de la comunidad, no se fía del testimonio de los hermanos, no sabe ver en ellos a Jesús, pone condiciones, su fe está en peligro.
No seas incrédulo sino creyente
Lo que mejor cura las dudas es el encuentro personal con Jesús. La incredulidad, gracias a Jesús, también es espacio para la fe y apertura a la Palabra que enamora. Nada está perdido. Jesús, que es Vida, busca el encuentro con nuestra tierra reseca. ¡Señor mío, Dios mío!
El que no creía, cree ahora con una fe nueva, tiene fuerza para testimoniar su fe en medio de los hermanos con una confesión de fe impresionante. ¿Nos decidimos a vivir el misterio de la vida confiando en el Amor como última realidad de todo?
Dichosos los que crean sin haber visto. Dichosos los que creen en Jesús.
Dichosos los que acogen el testimonio de otros creyentes. Dichosos los que, más allá de las cómodas certezas, buscan caminos de verdad, de belleza, de amor.
Quien busca creer es ya creyente. Dichosos nosotros si nos decidimos a vivir con Jesús. Dichosos nosotros si salimos a celebrar la vida de Jesús con el pueblo.
(de Teresianas)