
Jueves Santo
-¿Nos inclinamos ante los pies que reclaman nuestro tiempo?
-¿Besamos las llagas de los que sufren? ¿Las conocemos o, simplemente, cerramos los ojos para no verlas?
-¿Es nuestra caridad universal o limitada, abierta o cerrada, divina o sólo humana?
-¿Está nuestro corazón sensible al sufrimiento o pendiente de la felicidad?

En este Año de la Misericordia, el Jueves Santo, adquiere también unas características muy peculiares. Cuando mucho se habla del amor es porque, ese amor, tal vez falla. Cuando mucho se incide en algo es porque ese algo no goza de buena salud.

El Papa Francisco, de una forma insistente, reclama de nosotros los sacerdotes identificación plena con Jesús, servicio de puertas abiertas y sanadores de heridas sin importar la condición física, psíquica o social del enfermo. ¡No es fácil!
Como Pedro, los sacerdotes, a veces podemos caer en la negación de lo que decimos ser y sostener. Nuestra vida, a menudo, está condicionada por una gran realidad: prisas, estrés, soledades, incomprensión y crítica incluso de puertas hacia dentro.
Los sacerdotes, lejos de ser dioses, somos gente de carne y hueso: con nuestra grandeza y nuestra pobreza, con virtudes y con defectos, con días donde te comes el mundo y con noches en las que quisieras dejarlo todo en un extremo de la luna menguante.

El Jueves Santo es un día en el que, arraigados en el sacerdocio de Cristo, nos damos cuenta de nuestras limitaciones y hasta de nuestras traiciones. No pretendemos ser más que Cristo (no lo somos) pero aun con debilidades- sabemos que somos otros cristos llamados a ofrecernos y negarnos por vosotros. Pedid para que sepamos presentar el Evangelio con la misma radicalidad y verdad con que lo hizo nuestro Maestro y Señor Jesucristo.
El Año de la Misericordia también nos hace pensar mucho sobre nuestro modo de vida y, a veces incluso, en la doble vida que podemos llevar: riqueza o pobreza, alegría o tristeza, coherencia e hipocresía, humildad u orgullo, vehemencia o paz, perdón o rencor. Pedid, pidamos, por nosotros. Que seamos agentes de la misericordia.

Que esta Eucaristía que Cristo nos mandó perpetuar, celebrar, realizar, actualizar en su nombre nos lleve a amarnos con todo el corazón y con toda nuestra alma. Que este Jueves Santo nos ayude a descubrir el potenciar de pasión, muerte y resurrección que contiene cada misa a la que asistimos durante el resto del año: es Cristo mismo quien, en las manos del sacerdote, se ofrece, se entrega, muere y resucita.
Hoy de nuevo, como en Belén, el Amor Divino, está al nivel del suelo. Dejémonos sorprender, seducir y acariciar por Él
Por Javier Leoz
