Ay de mí si no predicara el evangelio.
Ay de mí si no predicara la gracia de Dios.
Ay de mí si no predicara la necesidad de conversión.
Ay de mí si escondiera al pecador las consecuencias del pecado.
Ay de mí si predicara la puerta ancha que lleva a la perdición y no la estrecha que lleva a la salvación.
Ay de mí si predicara una misericordia falsa que en vez de librar al hombre del pecado le deja esclavo del mismo.
Ay de mí si predicara lo que el mundo quiere oír en vez de lo que el mundo necesita oír.
Ay de mí si predicara que se puede ser cristiano y vivir como si se fuera pagano.
Ay de mí si no tuviera pasión por las almas.
Ay de mí si no buscara el perdón de Dios cada vez que caigo.
Ay de mí si permaneciera impasible mientras otros son conducidos por las sendas del error y la perdición.
Ay de mí si, por pura gracia, no pongo por obra aquello que predico.
Ay de mí si no soy santo.
Ay de mí si permanezco esclavo de mi carnalidad en vez de entregarme en manos del Espíritu Santo para que entierre todo aquello que me separa de Dios.
Ay de mí si llamo Señor a Jesucristo y no dejo que se enseñoree de mi vida.
Ay de mí si no respondo a tantas gracias que Dios me da.
Ay de mí si la caridad no encuentra campo abonado en mi alma.
Líbranos Señor, de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos.
María, Madre de Dios y madre nuestra, llévanos siempre a Jesús.
ALBINA MORENO