
5º Domingo de Cuaresma
Evangelio: Juan 8,1-11
La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?
Una mirada fría, con odio, agresiva, pretendidamente amparada en la ley, quiere la muerte. Jesús tiene otra mirada. Su vida es un canto a la misericordia; su pretensión: curar los males. Jesús se acerca a los pecadores, come con ellos, goza perdonando. La gracia no rechaza, no apedrea. La santidad no margina ni condena. La luz entra en la oscuridad y la vence.

Jesús no trivializa el pecado, basta mirar la cruz para entenderlo. Pero todo pecado pide misericordia. Tras un silencio tenso, Jesús abre camino a situaciones sin salida; salvar al pecador es su pretensión. ¿Por qué nos consideramos justos cuando todos necesitamos el perdón? ¿Quiénes somos para juzgar a los demás? ¡Qué mal sabemos tratar el pecado de los otros! La oración nos ayuda a entender estas verdades y a retornar a los caminos de Jesús.

Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio de pie.
La mujer rota y Jesús, misericordia que levanta. Entre Jesús y la mujer se ha abierto un espacio de dignidad. Cuando Jesús está en medio, todo huele a perdón. Ha venido a salvar. Una mirada de amor se abre camino, el desierto se hace transitable, se hace posible lo imposible.
El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra. Y siguió escribiendo en el suelo. ¡Qué elocuencia de gestos y de silencios! Es así como se manifiesta la verdad y se realiza la obra. La escena se inscribe oportunamente en el año jubilar de la misericordia.

ALBINA MORENO
