
La oración es, ante todo, un modo de vida que nos permite hallar la calma en medio de las turbulencias del mundo. Es el momento en el cual abrimos nuestras manos a las promesas de Dios y hallamos esperanza para nosotros mismos, para nuestros semejantes y para nuestro mundo. En la oración nos ponemos cara a cara con Dios, no sólo para recibir su voz tenue y su brisa suave, sino también para situarnos con el ajetreo del mundo, en la necesidad y en la felicidad del prójimo, del mismo modo que en la soledad del propio corazón.

La oración no es tan sólo un momento entre otros en la agenda diaria de un cristiano, o una fuente de fortalecimiento en tiempos de necesidad. Tampoco se limita a un domingo por la mañana a los minutos previos o posteriores a las comidas. La oración es vida: es comer y beber, enseñar y aprender, jugar y trabajar. La oración se cuela en cada rincón de nuestra vida. Es el conocimiento continuo de que Dios está en cada lugar donde estemos y que nos invita a acercarnos a Él y celebrar el regalo divino de tener la vida

