
DOMINGO SEGUNDO
DE CUARESMA
Evangelio: Lucas 9, 28b-36
Este domingo tiene su mensaje principal en la escena de la transfiguración. Esta es un preludio la Pascua, pero el camino hasta la gloria hay que recorrerlo a través de la Pasión.
La transfiguración revela que el único camino hacia la gloria del Hijo del Hombre es el del sufrimiento y del rechazo.
A los discípulos que hablan con Jesús la nube también luminosa los cubrió (Éx 24,16).
Ellos están envueltos en la teofanía que revela que Jesús es el Hijo amado de Dios.
Lo que realmente transfigura al hombre revistiéndolo de gloria es escuchar la palabra de Dios en la intimidad de la oración con el Padre, es concentrar nuestra atención sólo en Jesús, es contactar con Jesús que nos resucita en medio de los temores de la vida y es comprender el destino del Hijo del Hombre en la Pasión.
Los creyentes nos vamos transfigurando en imagen de Dios por obra del Espíritu (2 Cor 3,18)
En el contacto permanente con Jesús en la oración y mediante la escucha de su Palabra también en nosotros se puede transformar el rostro asemejándose al suyo.
Dejemos que nuestra cara sea también el espejo de un alma transfigurada y trastocada por la gloria de Jesús en su Pasión.
Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. La oración de Jesús es una alegría, un milagro de luz, un diálogo de amor, una experiencia. En Jesús se hace visible el corazón del Padre, su energía de vida, su perdón más allá de los límites, su amor loco por nosotros. Ahí nos quiere meter Jesús: en su misterio de Hijo que ora al Padre.
Cuaresma es un tiempo para estar bien con Dios, para estar cerca a Él y dejarse transformar, transfigurar por Él, por su gracia. ¿Te animas?
Estar con Dios es toda una gran tarea permanente, para que eso se note en mi vida de relación con los demás y en mi compromiso misionero de anunciar su amor.