BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR
Entra montado en un pollino y el pueblo llano le aclama como Mesías y alfombra el suelo con sus mantos y con ramas cortadas en el campo. La escena la conocemos bien los cristianos y seguramente muchos de nosotros hemos participado ya en muchas procesiones, este Domingo de Ramos, llevando nuestro ramo de olivo o de palmera en la mano. Es bueno que reflexiones ahora nosotros sobre la actitud del pueblo llano. ¿Qué veían en Jesús de Nazaret las personas que lo aclamaban? Seguramente, a un profeta que venía a liberarles. Liberarles, ¿de qué?
Jesús de Nazaret se había limitado a predicar paz, misericordia y conversión. ¡Amar hasta a los enemigos! ¿En qué mundo se creía vivir este profeta?
Esta actitud del pueblo de Jerusalén es la misma actitud que tenemos muchas veces también nosotros. Mientras todo nos va bien, ¡qué bueno es Dios! Pero, si las cosas se tuercen y nos visita la desgracia y el dolor, ¡qué injusto está siendo Dios conmigo! cuando somos nosotros los que nos sentimos abatidos por la enfermedad, o por las desilusiones, o por una crisis material, familiar o social, qué difícil nos resulta creer y confiar en el amor y la providencia divina.
¿A qué Mesías esperamos nosotros? Pues, al que viene en nombre del Señor. No ha venido para solucionar nuestra crisis económica, o nuestros problemas laborales, o nuestros achaques corporales. Ha venido para invitarnos a una continuada conversión del corazón y purificación de nuestras conductas. Ha venido para animarnos a trabajar en el Reino que él ya instauró: un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.
TE REVISTES DE HUMILDAD, SEÑOR
Y, con laureles en las manos,
los que somos menos humildes
cantamos, pregonamos y proclamamos:
¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
¡Paz al mundo! ¡Paz! ¡Paz!
TE REVISTES DE HUMILDAD, SEÑOR
Y, en nosotros como en los que te aclamaban entonces,
se cumple todo lo que esperábamos de Ti.
Hoy, Señor, bien lo sabes
se mezcla en esta fiesta de la alegría
la vida, y la peregrinación hacia la muerte
el júbilo, y la cruz que se levanta invisible en el monte
nuestro deseo de seguirte
y la cobardía de los que huiremos en la tarde del Jueves
Déjanos acompañarte, Señor
Déjanos subir contigo a la ciudad santa
Déjanos servir como Tú lo haces
TE REVISTES DE HUMILDAD, SEÑOR
Y, por encima de la multitud de ramos y palmas,
se divisan las horas con más pasión y amor
por ningún hombre, jamás vividas.
Vamos contigo, Señor, hasta el final
Vamos contigo, Jesús, hasta el Calvario
Nos arrancarás de la muerte, con tu muerte
Con tu cruz, nos redimirás
Nos resucitarás, con tu resurrección
TE REVISTES DE HUMILDAD, SEÑOR
y .te decimos: ¡HOSANNA! ¡HOSANNA!
Albina Moreno