DOMINGO TERCERO DE CUARESMA
Evangelio: Lucas 13, 1-9
Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?" Pero el viñador contestó:
"Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas".»
La llamada a la conversión queda ilustrada por la parábola de la higuera estéril, que muestra tanto la apremiante necesidad del cambio en el corazón.
Nuestra respuesta al amor de Dios desde la fe presupone encarnar nuestra vida en obras de misericordia y de ayuda a los demás. La falta de frutos es señal de costumbre, de esterilidad y de apatía.
Dios nos ofrece todo lo necesario para responderle con garantías: su propio espíritu que es fuerza, gracia y luz; nuestra voluntad que es capaz de vencer nuestras limitaciones y carencias y optar por el esfuerzo y la superación.
Cuando nos dejamos inundar por el Espíritu de Dios y ponemos en marcha nuestra fuerza de voluntad con rumbo al bien, entonces los frutos serán abundantes y profundos.
LA HIGUERA Y EL PERDÓN
Señor, déjala todavía este año. Nuestro pecado comporta siempre la esterilidad de la vida. Éste es el tiempo para el reconocimiento humilde de nuestros pecados. Este es el tiempo para la esperanza.
Yo cavaré alrededor a ver si da fruto. La esperanza no es una virtud ociosa. No puede llevarnos a la evasión ni a la pereza. Exige de nosotros un esfuerzo. La conversión requiere el trabajo del cultivo.
Si no, el año que viene la cortarás. De todas formas, la esperanza del perdón tampoco puede llevarnos a la irresponsabilidad. El fracaso no es una fatalidad, pero es siempre una posibilidad pendiente.
Hoy es el tiempo de su misericordia. Porque somos como una higuera, a la que el agua ha tocado sus raíces y la luz del sol ha embellecido sus hojas, y sin embargo no damos fruto. Llamados a tanto, nos hemos quedado en muy poco. Invitados a ser protagonistas de una nueva creación por el amor, somos apenas espectadores de tantas posibilidades que se nos escapan de las manos. Una vida sin humanidad no tiene sentido. Tampoco lo tiene una vida cristiana que no deja huella en el corazón.
Padre nuestro que estás en los cielos, ten piedad de nuestras culpas y muéstranos tu perdón y tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor y Redentor. Amén.
Albina Moreno
NADA TE TURBE