
La mirada de Dios
no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón. Si nos empeñamos en mirar a las personas sólo por las apariencias, como lo hacía en un principio el profeta Samuel, también nosotros nos equivocaremos. Debemos saber mirar al corazón de las personas, a su bondad, a su honradez, a su compromiso social y cristiano. Esto no siempre resulta fácil, por eso nos equivocamos tantas veces, pero merece la pena hacer un esfuerzo, lavando previamente nuestros ojos en la luz del evangelio, en la luz de Cristo. Es necesario purificar nuestra mirada de tantos prejuicios, egoísmos, respetos humanos y opiniones comunes, que tantas veces nos inclinan a juzgar equivocadamente a los demás. Volvamos una y otra vez a Cristo y a su evangelio y tratemos siempre de juzgar a los demás según la luz de Cristo. Él es nuestra Luz.